Reflexiones de un periodista

Wednesday, September 21, 2005

Una mujer en el asiento de Hitler

Parece ser que soplan vientos de cambio en Alemania, un país que en su siglo y pico de vida ha escarmentado de los Bismarck, Weimar, Hitler y Honecker de turno. Los alemanes han mirado al pasado, pero no al pasado de otras generaciones, sino al pasado reciente, ese pasado que forjaron ellos mismos a golpe de martillazo derribando un muralla infame que nunca debió existir.

El siglo XX, el más cruento de la historia, se ha cebado con varios países, pero sobre todo con Alemania, destruida, castigada y dividida tras la Segunda Guerra Mundial, porque como en el parto de Medusa las consecuencias de un mundo en tensión hizo brotar a dos “Alemanias” que representaban dos mundos opuestos. Más tarde el muro de la vergüenza convirtió a Berlín en la ciudad de la tensión cosmopolita condenando a sus habitantes a un castigo que Hitler les dejó en herencia. Fue una condena que sus ciudadanos tuvieron que cumplir durante 28 años y que escindió a dos repúblicas hermanas. Durante este tiempo una y otra Alemania representaron el lado más oscuro del que algunos dicen que es el mundo más civilizado, un planeta bipolar que durante tres décadas vivió al borde una guerra que podría haber sido devastadora. Las fronteras naturales y artificiales parecían tan nimias que hubo que inventar imaginarios telones de acero y crear rivalidades absurdas que podían haber desembocado en un tercer desastre mundial. Alemania del Oeste recogió el testigo de la llamada hacia una Europa democrática, y paradójicamente Alemania del Este se convirtió por designación cínica, en un país de nombre falso llamado Alemania Democrática, tan ansioso por destacar a nivel internacional, que en el ámbito del deporte era capaz de obligar a sus atletas a competir embarazadas de dos meses para que su cuerpo segregara más hormonas.

El muro de Berlín se convirtió en una de las mentiras más simbólicas del siglo XX. Su caída no representa ni el inicio de la época del capitalismo de ficción que defiende Giddens, ni la esperanza comercial con la que trata de engatusarnos Pink Floyd, un grupo musical capaz reciclar una canción que habla sobre las deficiencias en el sistema educativo británico en una especie de himno epopéyico sobre la libertad. Nada de eso, la caída del muro de Berlín no es ni el principio ni el final de nada, sino un episodio más de un proceso que se inicia y finaliza en la poderosa Unión Soviética ¿Dónde sino? El punto de partida es la Glasnost, la política aperturista de Gorbachov que permitió, entre otras cosas, que el mundo conociera el desastre de Chernobyl, y el punto y final es la propia defunción de ese monstruoso país plurinacional cohesionado durante décadas por el poder de una dictadura tan influyente que logró atraerse más o menos voluntariamente a los países del entorno, entre ellos la oscura República Democrática Alemana.

Quince años más tarde Alemania vive la época de mayor estabilidad de su historia. Atrás queda un país que durante más de un siglo ha vivido en un perpetuo estado de tensión que ya forma parte del recuerdo. El pueblo ha querido que sea una mujer, Angela Merkel quien continúe con esa labor. Curiosidades de la historia, una mujer va a sentarse en el trono que hace algunas décadas ocupó Hitler.

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