Reflexiones de un periodista

Sunday, September 25, 2005

Tragedias en el primer mundo

Era niño, pero recuerdo como si fuera ayer la explosión de un volcán en la provincia colombiana de Armenia que causó una tragedia espantosa. También recuerdo el devastador terremoto, que un día que coincidió con el de mi cumpleaños, produjo más de 50.000 muertos en otra Armenia, una región de la Unión Soviética enzarzada en una guerra que equivocadamente recibió el nombre de fratricida, con sus odiados vecinos de Azerbaiján, que celebraron el terremoto que afectó a sus vecinos como si fuera una bendición del cielo.

Cuando era niño pensaba que la naturaleza también sabía distinguir entre el primer y el tercer mundo porque todas las tragedias sucedían en zonas de extrema pobreza, y aún hoy en día parece que ocurre lo mismo. Los maremotos no sepultan la pudiente costa monegasca, sino que ahogan a los pobres campesinos que viven en el sudeste asiático, los huracanes bautizados con nombres de personas no arrojan agua (que no es precisamente bendita) sobre Inglaterra, Alemania o Australia, sino que lo hacen sobre Honduras o Guatemala, como hizo el Mitch hace unos siete años y los volcanes no estallan cerca de Nueva York, sino en Colombia o en Indonesia ¿tan elitista es la madre naturaleza?

Pues no, evidentemente la naturaleza no entiende de países ni de regiones, ni de pobres, ni de ricos. El único ser que desde hace algunos siglos ha procurado distinguir entre primer y tercer mundo es el hombre. Por eso un terremoto de gran intensidad en la zona de mayor riesgo sísmico del planeta (Japón) causa muchas menos víctimas y muchos menos daños personales que si se produce, por ejemplo, en Armenia. A mayor riqueza, mejores infraestructuras, y por tanto las personas pueden tener la oportunidad de vivir en lugares más seguros.

La tragedia que ocasionado el huracán Katrina ha sido mucho menor que cualquier otra desgracia similar que ha ocurrido en los últimos años en distintas partes del mundo. Con todo el respeto que me merecen los aproximadamente 1.000 fallecidos, esta cifra es ridícula si se compara con las personas que murieron como consecuencia del terremoto de Armenia o del huracán Mitch. La diferencia radica en que en esta ocasión la naturaleza ha cogido desprevenido a un país tan orgulloso que un día intentó desafiarla ganando terreno al mar. Todas las desgracias no son iguales, ni los muertos tampoco, entre otras cosas porque el hombre ha hecho una distinción tan radical entre primer y tercer mundo que a uno le queda la sensación de que el cadáver de un americano vale más que el de 10.000 africanos. Tal vez sea eso; una sensación personal.

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